domingo, 16 de diciembre de 2018

tildes, puntos y comas

Imagen de Elisabeth Slavkoff en Facebook

Los textos de Autosugestión, escritos en vinilos en las superficies de exposición del MEIAC dedicadas a la obra experimental Corriente alterna, han sido arrastrados por el deseo de libertad y vuelo imperante en la obra de José Antonio Cáceres, han sido contaminados signos y caracteres sin remedio. Envidiosos tildes, puntos y comas de la extrema libertad de los signos, su ausencia o fractura en las obras expuestas, se han puesto a boicotear el sitio convenido por las normas académicas y se han lanzado al vacío, planeando en el aire su desplazamiento. Y arrastrados por la "corriente" descendiente, han caído en "vuelo" decidido al suelo. Una y otra vez, se han rebelado contra el corsé y la ubicación estática en el texto. Inútil el trabajo de los operarios por sustituir los huecos y colocar nuevos signos en su sitio. La "corriente descendente" ha alcanzado incluso los párrafos no poéticos de la biografía y ha llegado incluso a trastocar la posición de algunas letras que, girando sobre sí mismas, han descubierto una posibilidad transformista insospechada. No sólo de la letra "p" transformada en "d" por su giro repentino haciendo el pino, sino de descubrimiento de palabras insospechadas. 

Este hecho, que me dejó un tanto enojada en la inauguración, no deja de darme vueltas en la cabeza. Si basta una ligera brisa provocada sin duda por las corrientes ascendentes, descendentes del aire en una sala de exposiciones, que no sucederá en medio de los torbellinos provocados por los desplazamientos apresurados de profesores o tumultuarios de los alumnos, sus carreras, sus juegos, sus atropellos. Quizá los problemas de escritura de los chicos en sus cuadernos, sus sin remedio textos ayunos de signos de puntuación y trastrueque de letras, sus exámenes fallidos se deban a un problema de rebelión de los propios signos, su deseo de libertad, sus ansias de vuelo.

Vuelo de José Antonio Cáceres
 











lunes, 6 de agosto de 2018

un cubo, una soga y tiras de caucho

Había siempre en la furgoneta de quien llevaba el pan cada día a fincas alejadas -entonces, a los ojos de la niña que era, laberinto de caminos de inaprehensible trayectoria- un cubo de zinc no muy grande, ligero, una soga -enrollada con maestría y criterio invariable- con un gancho de alambre grueso como una interrogación y unas tiras de caucho negro de cámara de neumático en amasijo de culebras gordas, al fondo, contra el respaldo. Cosas, sin interés, que viajaban junto a los cestos del pan. Los panes dispuestos de canto, en hileras, cubiertos con un paño blanco. Un enganchón dejaba a veces una ventanita, una fisura en el continuo blanco, sin trascendencia, donde asomaba un pico dorado. Nunca me pregunté ni pregunté el sentido de aquellos cachivaches que viajaban sin tregua, un día y otro, por caminos de polvo o de barro, de piedras asomando o baches socavados por la lluvia, entre bosques de encinas clareados y paredes de piedras que ponían cancela a las liebres huidizas de los campos. Un día el cubo, la soga y las tiras de caucho se hicieron visibles. No fue perceptible entonces. Sólo fue un gesto que pasó sin preguntas, como cae la lluvia o atraviesa el cielo un pájaro. Debía de ser primavera, porque si no, no me hubiera permitido acompañarle. El precio, subir y bajar del coche para abrir y cerrar cancelas. Los caminos debían estar embarrados, pero es algo que añade mi memoria al gesto imprevisible. Los campos estaban -imagino- pletóricos de hierba y salpicados de flores blancas y amarillas, con titilar de hilillos de agua que corrían en réplicas de rayos entre encinas. Un cauce de agua subido atravesaba el camino, sin puente ni vado franqueable. "Siéntate aquí y cuando te diga sueltas el freno de mano y el pie del freno poco a poco." Yo, al volante, como un juego. Haciendo fuerza con mi pierna contra el freno. Le vi alejarse con la cuerda colgada del hombro como una manga en la que el brazo encuentra su sitio, y las tiras de caucho bajo el brazo, algo frágil y blando, como un hijo al cuadril. Le vi después, del otro lado, enrollar las tiras de caucho al tronco de una encina que crecía al otro lado del vado. No sé cómo ha cruzado la corriente de agua absorta en mi juego de imaginación al volante del auto y la concentración en la pierna que se cansa de aguantar la presión. Y de pronto la orden: "Suelta el freno de mano primero, deja suelto el volante" Y le observo tirar de la cuerda rodeando la cincha de caucho y desplazar suavemente, primero pendiente abajo y luego pendiente arriba, el auto.  Imágenes sueltas, aparentemente inconexas. El camino sigue y se pierde en la memoria. A veces, vuelve el gesto, inexplicable, como un enigma. El caucho revistiendo el cuerpo de la encina, la soga avanzando por ese cauce negro como en autopista y la furgoneta saltando al otro lado. Un gesto sin más y la pregunta que nunca hice. Ese gesto que esconde hoy una clave para comprender un mundo que desaparece, una pregunta sin respuesta. 

miércoles, 2 de mayo de 2018

por este orden


primero hay que perder 
después apreciar

es la pérdida 
lo que da valor a lo que se tiene

lo que se tiene
no lo que se posee

tener y poseer
no son sinónimos


sábado, 21 de abril de 2018

pájaro-pez

José Antonio Cáceres, acuarela
Intersecciones y confluencias entre José Antonio Cáceres y José Angel Valente. La concepción de la escritura. "Consciencia de ser" en JAC. "Estar" en JAV. Y el enigma del pájaro-pez. En JAC, obsesivo, toda una serie de pequeños dibujos, indagación de formas, colores, trazo seguro, depurado de 1969. Reflexión "al maestro cantor" en el diario  de JAV en 1979.

Escribe José Ángel Valente en su diario:


24 de marzo de 1979.  Escribir es como la segregación de las resinas; no es acto, sino lenta formación natural. Musgo, humedad, arcillas, limo, depósitos, fenómenos del fondo, y no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar.
(...)
Al maestro cantor

Maestro, usted dijo que en el orbe de lo poético las palabras quedan detenidas por una repentina aprehensión, destruidas, es decir, sumergidas en un amanecer en el que ellas mismas no se reconocen. Hay, en efecto, una red que sobrevuela el pájaro imposible, pero la sombra de éste queda al fin, húmeda y palpitante, pez-pájaro, apresada en la red. Y no se reconoce la palabra. Palabra que habitó entre nosotros. Palabra de tal naturaleza que, más que alojar el sentido, aloja la totalidad del despertar.


José Antonio Cáceres, Pájaro-pez, 1969. bolígrafo y lápiz de color



jueves, 29 de marzo de 2018

ese engaño de luz

Apreturas del río Almonte, Geoparque de las Villuercas-Ibores, Cáceres



ese engaño de luz
y liquen
casi planta
que rezuma en la piedra
veta de oro
sueño de princesa
cuando niña

picos recortados en el azul
como dientes o espalda de
dragón
adormecido
rañas, dice ahora, el cartel
que interpreta el paisaje
no ausente de poesía
pliegue en rodilla, dice
rodilla de gigante que duerme
dragón o príncipe encantado
murmura el agua
o ruge

reverberación del sonido
el río que pasa
reverberación de la luz
en lascas de pizarra
destellos como astros
que emergen de lo negro
pulido en lutitas
por las aguas
desmadradas

cómo entender lo que el agua dice
bajo el concierto amable del pío pío
el susurro del viento en las ramas

no se ven las aves
se presienten
presentes

como el dragón que duerme
o la niña que mira
el relampaguear del oro entre la roca