domingo, 15 de mayo de 2016

rito y grito


Gritar a quién, adónde. Los que vivieron la baja intensidad de las bombillas, los apagones, conocieron carburo y candil, poseían un gesto poderoso frente a la adversidad: encender una mariposa, una lamparilla de aceite, en recuerdo de los muertos, en súplica de protección para los vivos, llanto de humo, plegaria de deseos. Encendían velas en las iglesias y se recogían en medio del olor a incienso, omnipresente. El gesto se perpetua  aunque el olor a incienso haya de buscarse quemando varillas compradas en mercadillos. Para no gritar, vuelve el rito, esa "vieja costumbre irremediable". Aurora Luque me ha tomado la delantera en el poema.

 "En una iglesia ortodoxa de Viena"

Inquieta el resplandor de las iglesias,
la penumbra que envuelve el oro antiguo
el silencio que brota de un murmullo
de salmos estancados y plegarias,
los santos poderosos y sus rostros
que un éxtasis tortura,
el incienso y las velas palpitantes
con sus luces de miel
junto al iconostasio.
                                 Recuerdo aquellos versos
de Cavafis, sus cirios luminosos o recién
apagados al soplo del presente.
Mis velas no son días en fila: son deseos
extinguidos sin cálculo, sin orden
o prendiendo en los días venideros
supuestamente hermosos y gentiles
-los deseos, el otro calendario.

Y repito una vieja costumbre irremediable.
en templos y capillas, con una fe muy turbia
-San Terapio de Lesbos, San Saturio de Soria,
la capilla minúscula de Rézimmo,
Santa María de San Sebastián,
la perfumada ermita de Narila,
Viena o San Francisco de Liubliana-
en todas las iglesias y bajo fe dudosa
dejo algunas monedas, como una vela humilde
y al dios de los deseos, si lo hubiere,
impostora y ritual,
le invento una oración hereje y terapeútica.